El frí­o y la lluvia reciben a la caravana en la capital

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Son cientos y sus historias se entrelazan, hasta parecen la misma: la violencia y la falta de oportunidades los expulsó de su paí­s.

Llegaron a Ciudad de México entre la noche del sábado y la madrugada del domingo con la idea de llegar hasta Estados Unidos; conocen los amagos del presidente estadunidense, Donald Trump, pero la mayorí­a insiste en seguir. No venimos a tirar piedras, señalan.

Ayer, el frí­o y la lluvia los sorprendió: Fue tremendo, dijeron muchos de quienes hablaron con este diario.

El estadio Jesús Martí­nez Palillo, de la Ciudad Deportiva de la Magdalena Mixhuca, fue habilitado como un gran dormitorio. Todos en el éxodo buscaban tomar un respiro y así­ cobrar fuerzas para seguir con su trayecto. Algunos llegaron en camión desde el estado de México, otros en Metro o de aventón en camiones, y unos más tuvieron que seguir caminando.

Marlem tiene apenas 25 años y ya tiene dos pequeñas, una de cuatro y otra de dos años de edad. En Chiapas, las autoridades mexicanas deportaron a su esposo a Honduras. Desde entonces viajan las tres solas y han recorrido más de mil 600 kilómetros. Sin importar el peso, lleva en sus espaldas una pequeña maleta y al mismo tiempo carga a sus dos nenas, quienes vienen enfermas.

La más grande por momentos escupe sangre. Es la gripe y la fiebre, dice su madre. Agrega: me las han atendido gracias a la (gestión de la) Comisión Nacional de los Derechos Humanos, pero me dicen que es el cambio de clima.

Ha ido acumulando valor ante las circunstancias, la que más ansiedad y miedo le generó fue cuando a su paso por el sureste mexicano un agente de migración sujetó por el cuello a su hija mayor con la intención de arrebatársela. La pequeña, al escuchar lo que su madre narra, asienta con un movimiento de cabeza y dice: Me hací­an así­, así­, mientras se sujeta el cuello como si quisiera estrangularse.

A Claudia la engañaron. Un hombre se le acercó en Honduras y le habló de la caravana, le pidió que confiara en él y que la sacarí­a del paí­s. Y así­ lo hizo, pero un mes antes del arranque del éxodo –el pasado 12 de octubre. Llegó a Ciudad Hidalgo, Chiapas, donde su captor la hizo trabajar en un hotel como recamarista.

Trabajaba de ocho de la mañana a cinco de la tarde, sin descanso, sin probar alimento y de lunes a domingo. Por esas largas jornadas de trabajo ganaba apenas 400 pesos a la semana y además el hombre que la trajo a México la obligaba a entregarle la mitad de sus raquí­ticas ganancias.

Al paso de la caravana por esta ciudad chiapaneca, Claudia no dudó en dejar abandonadas sus pocas pertenencias y sumarse. Al igual que muchos, concluye: En Honduras es imposible vivir, hay mucha violencia, inseguridad y el dinero no alcanza para nada.

Otros, como Joel, quien es bueno para la albañilerí­a, sólo pide una cosa: Necesito un suéter, esta ciudad es muy frí­a.

A pesar del largo caminar, algunos dejaron el cansancio de lado y disfrutaron de su primera diversión en semanas al jugar un partido de futbol en la entrada del deportivo. Sí­, venimos cansados, pero pues uno se relaja diviertí­endose un rato y se quita el frí­o jugando, dice í‰rick Oviedo. Pero su buen rato tiene responsables: una de las familias que tiene un puesto en la calle con venta de balones, espinilleras y protectores deportivos les regaló el balón como una forma de apoyarlos.

Al menos otros 10 migrantes que relataron su paso coincidieron en conocer la postura del gobierno de Estados Undios, pero dijeron que apelarán a una ayuda humanitaria y aseguraron que no llegarán a la frontera con la intención de buscar un conflicto, sino de trabajar para apoyar a sus familias.

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