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Por Carlos López Arriaga
Cd. Victoria.-Â Se necesita estómago para cubrir periodísticamente las alocuciones de AMLO (todas) incluyendo informes trimestrales y anuales, las cinco mañaneras (lunes a viernes) mas los mensajes especiales de sábado y domingo.
Maratones de palabras. Experiencia abrumadora que incluye tragar sapos, verdades a medias, mentiras flagrantes, interpretaciones sesgadas, estadística mendaz, arrebatos de poesía patria, reprimendas bíblicas.
Y una exposición recurrente de rencores añejos, agravios reales o ficticios, en cuyo nombre se maquillan diagnósticos, enderezan apodos y formulan cargos del más diverso corte.
AMLO es así, lo suyo es el verbo. Monologar a perpetuidad, de manera incontinente, mientras el sexenio lo permita, pues sabe lo mucho que su efectividad depende de ello.
Relación, en efecto, dependiente, adictiva, acaso, hacia el ejercicio de la voz. Eterna necesidad de deslinde hacia todo aquello que, por serle ajeno, le resulta hostil.
Lo dijo alguna vez en Palacio, cuando empezaba la pandemia. Sus adversarios (se quejó) quieren que cancele las conferencias matutinas, pero (añadió) ello sería darles ventaja.
Ups, ups y recontraups, a ver, paren cámaras, congelen imagen, permítanme preguntar…
-¿O sea que si no habla está en desventaja?…
Mire usted, habrá quien piense (la mayoría, creo) que la prueba más contundente del buen trabajo institucional radica y se expresa en el lenguaje de los hechos. La materialización de logros y avances concretos.
A la inversa, en Palacio Nacional dicha función recae en el sacerdocio de la palabra. Baste decirlo para que exista, invocar es dar vida, soplo mágico.
El discurso, la alocución, la voz perenne del chamán que separa una y otra vez lo existente de lo inexistente. Dónde radica lo cierto y lo verdadero.
-“Ya no hay masacresâ€, dice cuando aborda el asunto de la inseguridad, aunque la familia LE BARí“N acaso opine lo contrario.
-“Se respetan los derechos humanosâ€, mientras en Nuevo Laredo avanza un caso en torno a un delincuente y sus víctimas ejecutados por el ejército.
El Presidente se empeña en contarle a la gente más sencilla todo aquello que haga falta para reforzar la decisión expresada hace dos años en las urnas, los 30 millones. ¿El pueblo tiene memoria débil?
No necesariamente. Más bien, el guión dirigido al tímpano busca oscurecer los datos que vienen de la mirada. Si el mundo de lo visible ofrece un diagnóstico infame, que el oído apuntale la melodía purificadora.
La pandemia bajó, la economía se recupera, hay menos delitos que en sexenios anteriores. Sanación auditiva, en efecto, que apela a los estratos más arcaicos del entendimiento.
No busca arraigo en la mente, se conecta al corazón. Consciente está de que el oído es anterior a la palabra y escuchamos antes de saber hablar. Antes incluso de que los ojos enfoquen y distingan contornos.
Y, por supuesto, escuchamos antes de leer. De aquí la importancia que AMLO otorga al oficio de predicador, de proselitista en jefe. Su desprecio a lo textual.
El periodismo podrá exponer un caudal macizo de argumentos y demostrar el mal trabajo de gobierno, pero su voz se sobrepondrá a lo escrito para declamar lo contrario. Verdad primera y última, de nadie más, expresada en tono de jaculatoria, como le gusta a la gente.
De aquí la respuesta tan genuina, palpable, innegable, que encuentra el jefe supremo entre los sectores más audiosensibles. Los menos reflexivos.
Esos que (no por casualidad) son mayoría en este país. El llamado “pueblo bueno y sabio†cuya razón se eclipsa cuando asoma ese rostro cada mañana, señalando derroteros tajantes al consentimiento.
Su apuesta es (precisamente) que no piensen. Que confíen, porque la palabra confiar viene de orientar el comportamiento colectivo a partir de la fe.
La política en los tiempos de Lí“PEZ OBRADOR no se hace debatiendo ideas sino acatando dogmas. Verdades inobjetables que el sumo pontífice dispensa a diario, haciendo suyo el principio de infalibilidad que antes conocimos entre los papas romanos.
En esto debes creer, a tales y cuáles debes odiar, la bondad florece aquí, la maldad pernocta allá.
¿Segundo informe?… Mire usted, razón asiste a quien duda hoy de la palabra “segundoâ€. Incluso podríamos decir que su antecedente no es el denominado “primer informe†(septiembre de 2019) sino todos los reportes trimestrales.
Aunque antes de los trimestrales existieron las mañaneras. Sin ánimo de ofender, para fines prácticos el mensaje es el mismo.
Cifras más, cifras menos, la homilía de este martes no fue más que una mañanera con esteroides. Aunque más cómoda todavía, porque no incluyó preguntas de los asistentes.
Mucho lirismo y poca administración. Pobreza de datos y acaso por ello jamás podríamos ubicar a dicha lectura en la categoría regular de un documento. Ni siquiera recuento de labores, muy apenas parloteo informal.
En las democracias europeas, ceremonias de este corte suelen abrir dinámicas para que los parlamentarios planteen dudas y posicionamientos al expositor central.
Acá solo aplauden y cantan el himno. ¿Quién dijo que el viejo monólogo tricolor está muerto y enterrado?
Cambió para no cambiar, es todo.
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