Desde el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el presidente Andrés Manuel López Obrador propuso la creación de un “Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar”, para garantizar el derecho a una vida digna a 750 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares diarios. La bolsa anual disponible para este fin sería de alrededor de un billón de dólares, integrada con los recursos de los hombres y países más ricos del planeta.
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A saber: una contribución voluntaria, cada año, de 4 por ciento de las fortunas de un millar de las personas más ricas, una aportación similar por parte de las mil corporaciones privadas más importantes por su valor en el mercado mundial y 0.2 por ciento del producto interno bruto de los integrantes del Grupo de los 20.
En su calidad de presidente del Consejo de Seguridad, el mandatario cumplió con los protocolos y, con el sonido del mazo sobre la madera, selló el orden del día de la sesión 8 mil 900 de la instancia.
La reunión tuvo como propósito debatir acerca del “Mantenimiento de la paz y de la seguridad internacionales: exclusión, desigualdad y conflicto”.
Al hablar de la desigualdad, advirtió que la ONU está adormecida: “es necesario que el más relevante organismo de la comunidad internacional despierte de su letargo y salga de la rutina, del formalismo; que se reforme y que denuncie, combata la corrupción en el mundo, que luche contra la desigualdad y el malestar social que cunden en el planeta con más decisión, profundidad, con más protagonismo, con más liderazgo”.
Añadió: “nunca en la historia de esta organización se ha hecho algo realmente sustancial en beneficio de los pobres, pero nunca es tarde para hacer justicia. Hoy es tiempo de actuar contra la marginación atendiendo las causas y no sólo las consecuencias”.
Agradeció la presencia del secretario general de la ONU, Antonio Guterres, a quien en seguida otorgó la palabra; lo mismo que a Lourdes Tibán Guala, experta en asuntos indígenas.
Luego, bajo la premisa de que emitiría una declaración en su carácter de presidente de México, López Obrador lanzó, frente a los representantes de 23 naciones, una fuerte crítica a la ONU.
Dijo, por ejemplo, que el esquema Covax de este organismo para el reparto de vacunas anti-Covid a los países más pobres es un “doloroso y rotundo fracaso”, porque sólo ha distribuido 6 por ciento de las dosis disponibles.
El reclamo hacia el organismo multinacional fue preámbulo para anunciar que en los próximos días la representación de México propondrá a la Asamblea General de la ONU un Plan Mundial de Fraternidad y Bienestar.
Por lo pronto, AMLO adelantó la sugerencia de motivar a los donantes con reconocimientos de solidaridad, entregar los recursos de manera directa a los beneficiarios –a fin de que el dinero “no se desvíe ni se quede en aparatos burocráticos, pagar oficinas de lujo o mantener asesores”–, e incluso el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional pueden colaborar con un censo de pobres y dispersar los donativos.
El jefe del Ejecutivo abrió su declaración con la advertencia de que no hablaría de seguridad como sinónimo de poderío militar, sino como el derecho a una vida libre de temores y miserias, como lo planteó el presidente Franklin Delano Roosevelt.
Destacó que el principal obstáculo de ese derecho es la corrupción en todas sus expresiones, en las élites, en el modelo neoliberal y en la impunidad de quienes solapan y esconden fondos ilícitos en paraísos fiscales, por lo que sería hipócrita, dijo, ignorar que el principal problema del planeta es la corrupción en todas sus dimensiones, y la causa principal de la desigualdad, pobreza, frustración, violencia, barbarie, enajenación, migración y de los graves conflictos sociales.
Habló, entonces sí, de la “fórmula” mexicana para desterrar la corrupción y admitió que “podría llevarnos tiempo pacificar al país”, pero es un camino más seguro para construir estabilidad y paz, y sobre todo “estar más tranquilos con nuestra conciencia”.