Falleció el pintor zacatecano Rafael Coronel

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Ciudad de México. El pintor zacatecano Rafael Coronel, quien mostró al ser humano latinoamericano ‘‘sin adornos’’, como él mismo explicaba, murió ayer a los 87 años, informó su hijo Juan Rafael Coronel Rivera, sin ofrecer más detalles.

El artista radicaba en Cuernavaca, Morelos, donde se dedicó hasta el último momento a las pasiones de su vida: la pintura, el coleccionismo de máscaras tradicionales mexicanas y las charlas con viejos habitantes de poblados rurales, entre los que descubrí­a los rostros y emociones que habitan su obra.

Alejado de los reflectores, Coronel fue reacio a entrevistas con la prensa, mucho menos a hablar ante multitudes porque le daba pena, decí­a.

Cuando el crí­tico de arte Luis Cardoza y Aragón vio la primera exposición que el artista (entonces de 28 años) presentó en el Museo del Palacio de Bellas Artes, en 1959, escribió que se habí­a sentido ‘‘ante un géiser”, pues los cuadros eran ‘‘un fluir de creación, con fantasí­a fresca, palpable, advertible. El manantial nace a borbotones, atropellándose”.

Buscador del rostro humano

Rafael Coronel Arroyo, uno de los pintores mexicanos mejor cotizados en el mundo, nació en la ciudad de Zacatecas en 1932. Hermano menor de otro de los grandes de la plástica nacional: Pedro Coronel. Estudió en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura La Esmeralda, donde reforzó la vocación por el arte que traí­a de familia, pues su abuelo dibujaba guirnaldas en las paredes de las iglesias.

El 16 de abril de 2000 se publicó una larga entrevista con La Jornada en la que recordó que cuando tení­a 20 años, quiso ser pintor abstracto y trabajó en unos 300 cuadros con ese estilo, algunos de los cuales conservó arrumbados en su taller.

Sin embargo, en su primer viaje a Europa se dio cuenta de que ‘‘todas las galerí­as y museos del mundo estaban saturados de pintura abstracta. Regresé un poco deprimido a México. Pero pensé: soy muy buen dibujante. Entonces, dejé a un lado lo abstracto y me dediqué a buscar el rostro humano, de una manera que se alejara de lo que hasta entonces habí­an hecho los muralistas: querí­a pintar lo que habí­a dentro del hombre revolucionario”.

Así­ fue como de su pincel comenzaron a brotar rostros y cuerpos con extraños atuendos, imágenes de personas que él llamaba ‘‘los imposibilitados”, seres ‘‘marginales que no pueden resolver sus problemas”, personas tristes, ausentes.

Uno de los primeros cuadros figurativos que realizó Rafael Coronel fue La mujer de Jerez (1952), que pintó con crayolas de cera porque carecí­a de dinero para comprar óleos o acrí­licos. Con ese trabajo ganó una beca anual de 300 pesos y fue la primera vez que una obra suya se colgó en las paredes del Museo del Palacio de Bellas Artes.

Cuando era adolescente, soñó con ser futbolista, pues ‘‘creí­a que el arte no daba para comer, pensaba que la pintura se hací­a como complemento de cualquier otra profesión, no tení­a ni idea de que existí­an pintores profesionales”, narró a este diario.

Al comenzar a pintar, los especialistas trataron de catalogarlo como integrante de la generación de la Ruptura, pero él siempre rechazó esa idea.

‘‘Fuimos un grupo de pintores diferentes a lo que estaban acostumbrados en México: Julio Castellanos, Antonio Ruiz El Corcito y mi gran amigo Francisco Corzas. El paí­s ya tení­a artistas del tamaño de los grandes muralistas, que por cierto equivocadamente creí­an que el mural era la mayor expresión de la pintura. No es cierto, una obra maestra puede ser reducida o enorme.
‘‘En la Ciudad de México habí­a apenas cuatro o cinco galerí­as interesantes. Los periodistas empezaban a hacernos caso, ya no polí­ticamente como a los muralistas. Por ejemplo, Elena Poniatowska buscó el lado estético de lo que hací­amos, de cómo viví­amos.
‘‘En 1954 Carlos Mérida, acompañado por Marí­a Izquierdo, fue un dí­a a La Esmeralda, de donde me corrieron dos meses después. Ahí­ vio mis cuadros y me recomendó con Inés Amor, de la Galerí­a de Arte Mexicano (GAM). Ella me mandó llamar, fui con mi rollo de pinturas, las regué en el piso y cuando las vio me dijo: ‘pues sí­, Rafaelito, lo voy a tomar, y dentro de dos años le hago su primera exposición’.

‘‘Tomar a alguien querí­a decir que uno tení­a un poco de dinero, para sobrevivir y poder pintar. Los siguientes 20 años trabajé con ella, fue como mi mamá, estaba al tanto de mi vida, de la hora a la que llegaba a mi casa, así­ fue con todos sus pintores. Con su rollo de pinturas se iba a Estados Unidos para acomodarnos en los museos y galerí­as; cuando algún coleccionista extranjero vení­a a México a comprar, el paso obligado era ir a ver a Inés. Era la dictadora en el arte mexicano, sin duda.

‘‘Así­ empecé a agarrar ritmo y llegué a ser uno de los preferidos de la GAM. Desde que Inés Amor me abrió las puertas del mercado de arte he tenido un ritmo de ventas que me ha hecho poder vivir, pintar y comprar un montón de antigí¼edades, monos y cochinadas para el museo que tengo en Zacatecas, en eso me gasto todo mi dinero”, dijo el pintor a La Jornada en abril de 2000.

Prolí­fico creador

Rafael Coronel fue prolí­fico, pues al año, ‘‘por lo menos”, realizaba cien cuadros ‘‘o 300, sin contar, claro, los dibujos y litografí­as”. Su obra se la han disputado por décadas museos, galerí­as y coleccionistas privados.

En 1980 rescató el convento de San Francisco (el primero que se fundó en Zacatecas), para alojar ahí­ un museo que exhibe más de 10 mil máscaras rituales, 500 piezas prehispánicas, mil 500 objetos de cerámica colonial, 200 tí­teres antiguos y cientos de dibujos de Diego Rivera, quien fue su suegro.

En 1969 murió su esposa Ruth, hija del muralista y Lupe Marí­n, y madre de su único hijo, Juan Rafael. Cuando conversó con La Jornada hace 19 años, Coronel reconoció que habí­a tenido ‘‘una que otra novia”, con las que a veces se iba ‘‘de vago por el mundo, pues con frecuencia me sucede que me pongo a aullar como hombre lobo por no saber qué pintar. Viajar refresca mi visión acerca de México y renueva el instinto impulsivo que me hace estar frente al lienzo, como en un confesionario, con mi pincelito, dale y dale”.

El pintor trabajó durante 20 años en el taller de su suegro, en Altavista.

La Secretarí­a de Cultura federal, por conducto del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), rendirá un homenaje a Rafael Coronel, en colaboración con el gobierno de Zacatecas, en ese estado y en la Ciudad de México en fecha aún por definir con los familiares del artista

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