Rutinas y quimeras
Clara García Sáenz
Nunca conocí al Doctor Poncho en persona, pero era un personaje siempre presente en las pláticas de mi familia cuando era niña, así que de alguna forma si lo conocía. Para mí fue un personaje mítico, porque era una especie de autoridad moral en el pueblo, maestro de mis hermanas y alguna vez nuestro vecino.
Aparecía frecuentemente en las fotos que mi papá tomaba en las ceremonias del pueblo, estaba siempre en todos los lugares preferentes, ya fuera de ceremonias de fin de curso de diversos niveles educativos, en los actos de la presidencia municipal, en las visitas de los gobernadores o incluso en la coronación de las reinas de la feria.
Hace algunos días me enteré de su muerte por la fotografía que una amiga compartió en las redes sociales precisamente del Doctor en un presídium. Hurgué en mi memoria y solo encontré recuerdos de otros que lo nombraban como un gran impulsor del progreso de Ciudad del Maíz.
Le pedí entonces a mis amigas de la infancia que me contaran de él y recogí algunas anécdotas que mi hermana Laura me compartió a través de Abelardo, hijo del Doctor (con quien guarda amistad desde la niñez), así pude conocer parte de su trayectoria y algunas anécdotas de su vida.
Fue un personaje ilustre en Ciudad del Maíz, humanista, impulsor del progreso, entendido éste, como el avance hacia un estado mejor en el conocimiento.
Y es que tal vez, lo que más le deben los maicenses a este hijo ilustre, es el haber impulsado la educación pública y gestionar la apertura de la escuela secundaria y preparatoria en una época donde Ciudad del Maíz era un pueblo olvidado por las políticas públicas federales y estatales.
Pero su generoso trabajo no terminó ahí, sino que también aportó beneficios económicos para estas causas, donando parte del terreno donde se edificó la actual escuela secundaria y compartió sus saberes como profesor tanto en ésta como en la preparatoria.
Ildefonso Aguilar Moctezuma, médico de profesión, nació en Ciudad el Maíz a donde regresó después de graduarse en la Universidad Nacional Autónoma de México, fue un hombre dedicado a la medicina, generoso con sus saberes y quienes fueron sus alumnos lo recuerdan como un excelente profesor de química, biología y muchas veces también de literatura, fuera del aula. Fue también presidente municipal, padre de seis hijos y médico al servicio del pueblo.
Impulsó a muchos de sus alumnos a seguir estudiando, tenía la costumbre de visitar las casas de los papás para convencerlos del potencial de sus hijos, de lo mucho que valía la pena el sacrificio de enviarlos a estudiar, de motivar a sus estudiantes de salirse del pueblo para ir a buscar un título profesional.
Su ímpetu por el progreso de sus estudiantes lo convirtió en un maestro entrañable, que gracias a su pertinaz trabajo, sus alumnos ya en la madurez lo recuerdan con agradecimiento.
Sus hijos cuentan, entre muchas anécdotas, que una ocasión, un paciente le preguntó cuánto sería de la consulta, el doctor Poncho viendo al señor con aspecto humilde, en vez de cobrarle los 10 pesos que generalmente costaba la consulta, le dijo con cierta pena:
“Son cinco pesos” entonces el señor se puso de pie, sacó un fajo de billetes y le dio 100 pesos, “Tenga cóbrese de ahí”. El doctor con más pena se salió del consultorio a buscar el cambio sin atreverse a decir nada.
Su hijo Alejandro lo califica como un “self made man” porque todo lo que logró y tuvo fue por su esfuerzo personal. Abelardo, a quien tengo la fortuna de conocer gracias a que es un asiduo lector de este espacio, le pedí que me escribiera algo acerca de su padre para esta columna que estaba ya terminada y me sorprendió la diosidencia como él la llamó del calificativo “cabal” que él usó cuando ya estaba definido el título de esta columna.
Entonces descubrí, que cuando verdaderamente una persona deja un legado, este trasciende más allá de quienes lo conocieron y lo trataron. Yo nunca lo vi en persona, pero se de él por sus obras, y sin duda, merece ser nombrado entre los hijos predilectos del Valle del Maíz.
Escribe Abelardo: “Sólo recordarlo con una cita que dice: ‘Basta un instante para convertirse en un héroe, pero se requiere de toda una vida, para ser un hombre de bien´. Y mi Padre fue eso, un hombre íntegro y cabal”.
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