Nadia Comaneci cumple 60 años entregada a labores solidarias y en plena forma

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Esa mujer que se sube ágil a la barra de equilibrios y hace un giro perfecto, que publica en sus redes vídeos en los que baila en la playa o salta sobre una cama elástica, como haría una adolescente, cumple este viernes 60 años y desde los 14 convive con la etiqueta de la mujer perfecta.

Nadia Comaneci, nacida en Rumanía el 12 de noviembre de 1961, la primera gimnasta que obtuvo un 10, llega a los 60 como ciudadana estadounidense -si bien mantiene la doble nacionalidad-, entregada a la causa de la promoción del deporte entre mujeres y discapacitados y con una biografía aún llena de misterios, que oculta tras una sonrisa permanente y bajo un aspecto de mujer sana y fuerte.

Con solo 14 años, la que fue apodada ‘la novia de Montreal’ obtuvo siete notas de 10 en los Juegos Olímpicos disputados en la ciudad canadiense en 1976, de donde se llevó tres medallas de oro, una de plata y una de bronce. Nunca antes los jueces habían considerado que un ejercicio fuera perfecto, sin error alguno.

Los marcadores no estaban preparados para plasmar esa perfección. Su primer 10, en las barras asimétricas, quedó reflejado como un 1.0, una cifra que quedó para la mítica de la gimnasia y que la propia Comaneci lleva aún hoy xerigrafiada sobre una camiseta.

Esa mujer que hace el pino y da volteretas sobre la colchoneta, que luce una espesa melena con mechas rubias y que frecuenta las alfombras rojas con traje de fiesta y tacón de aguja sigue presentándose en sus cuentas con la foto de la niña de 14 años que descalza, con el rostro escondido bajo un gran flequillo oscuro y las costillas marcadas sobre el maillot apenas consiguió articular unas palabras tras asombrar al mundo con su actuación en Montreal.

Pero para llegar al 10, Nadia había tenido que someterse a enormes sacrificios.

Nacida en Onesti, 250 kilómetros al nordeste de Bucarest, comenzó a hacer gimnasia a los seis años en la asociación deportiva Flacara. Dos años después se fundó el primer liceo de gimnasia de Rumanía, convertido en el Centro Nacional de Gimnasia.

Bajo la dirección de la pareja de entrenadores Martha y Bela Karoli -que se fijó en ella mientras hacía rondadas con una amiga en un parque-, su primer gran éxito internacional llegó en 1975, cuando se proclamó campeona de Europa en Skien (Noruega).

Bela Karoli fue el primero que pensó que niñas de 12, 14 o 16 años podían llegar a lo más alto, en un deporte en el que hasta entonces triunfaban mujeres que superaban los 20.

Sobre esas adolescentes, el técnico ejerció un dominio absoluto: de lo que hacían, de lo que comían, de lo que decían, de lo que estudiaban.

«Bela era tan duro que Nadie me dijo un día que sentía su presencia a un kilómetro de distancia», comentó en una ocasión otra gimnasta, Cristina Vladu.

Las gimnastas del equipo rumano tenían que entrenar aunque estuvieran enfermas o lesionadas. Eran privadas de comida y bebida para evitar que aumentaran de peso. Llegaron a beber agua de la cisterna del váter o a comer pasta de dientes, según testimonios plasmados años después en libros y entrevistas.

Esa mujer que ahora se desvive por hacer gimnasia con niños con discapacidad, que tiene un hospital infantil con su nombre en Bucarest y que se entrega a causas benéficas con la Fundación Laureus recibió de las manos del dictador Nicolae Ceausescu la máxima orden rumana de la época comunista y fue utilizada como imagen del régimen.

El control sobre ella se intensificó en el nuevo ciclo olímpico que la condujo hasta los Juegos de Moscú’80, donde fue plata en el concurso general y por equipos pero ganó otras dos medallas de oro. Por el camino, el gobierno la había apartado del círculo de los Karoli, el cuerpo de Nadia creció y se desarrolló, sus resultados empeoraron y la gimnasta, desorientada, cometió un intento de suicidio. Su regreso con su entrenador de siempre fue la solución, al menos en cuanto a resultados.

El matrimonio Karoli desertó en 1981 durante una gira por Estados Unidos. Este hecho, y las dificultades crecientes para salir de su país, hicieron a Nadia sentirse «prisionera» en su propia casa. Su supuesta relación con Nicu Ceausescu, hijo menor del «conducator» rumano derrocado y ejecutado en 1989, sigue envuelta en la bruma.

La noche del 27 al 28 de noviembre de 1989 la mejor gimnasta de la historia cruzó a pie de manera ilegal la frontera oeste de Rumanía y, tras un periplo por Hungría y Austria, se instaló primero en Canadá y luego en Estados Unidos.

Otro exgimnasta, Bart Conner, la acogió en su centro de entrenamiento en Oklahoma. Su amistad se convirtió en amor con el paso de los años y ambos se casaron en 1996 y en Bucarest, con el país liberado del yugo de la dictadura y convertido en una democracia.

«Crecí en la Rumanía comunista, pero me enorgullezco de decir que nuestro país es ahora democrático y está prosperando desde la revolución en 1989», manifestó Comaneci.

La deportista sacó pronto a relucir su vena solidaria. La apertura del hospital para atender a niños sin recursos o la donación de 100.000 dólares para ayudar al equipo rumano de gimnasia que preparaba los Juegos Olímpicos de Atlanta fueron las primera muestras conocidas de una labor que se extiende hasta hoy.

«Cuando fui campeona olímpica en Montreal desconocía la palabra ‘patrocinador’. Ahora que sé que existe, ¿por qué no yo?», se preguntó.

Sus trabajos solidarios «no son una responsabilidad», sino «una obligación de devolver algo a la sociedad», que corresponde «a todos los atletas que hayan conseguido algo importante en su carrera».

Esa mujer a la que en su adolescencia intentaron cortarle el desarrollo fue madre a los 44 años de su único hijo, Dylan. Y ahora que llega a los 60 sigue haciendo un giro completo sobre la barra, sin perder el equilibrio ni la sonrisa.

«Como montar en bicicleta… hay cosas que nunca se olvidan».

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